Pax et Bonum+Paz y Todo lo bueno
Una cosa que los adultos suelen decirles a los niños y jóvenes adultos es que deben vivir a la altura de su potencial. El potencial para ser grande, el potencial para hacer grandes cosas, el potencial para hacer una diferencia de algún tipo en el mundo.
A primera vista, Jesús parece decirnos que estemos a la altura de nuestro potencial en el Evangelio de este domingo. Él dice que somos la “sal de la tierra” y la “luz del mundo”. Explica que si la sal pierde su sabor es basura. Y la luz que está escondida no ayuda a nadie. Esta es la clave. Si compras un poco de sal en la tienda y la pones en tu despensa y nunca la usas, ¿de qué sirve? O si enciendes todas las luces de tu casa y luego te vas, ¿de qué sirven luces encendidas en una casa vacía? Sal y luz estas analogías son cosas que benefician a todos menos a sí mismo.
La sal no da sabor a nada por sí misma. La luz no se necesita a sí misma para ver en la oscuridad. La sal y la luz solo son beneficiosas para las personas que las usan. Entonces, Jesús nos está diciendo que somos sal y luz, no porque seamos poderosos sino porque nos ha hecho siervos de todos. Nuestras vidas están destinadas a ser vividas para otros, no para nosotros mismos. Jesús no nos ocultó nada de sí mismo. Él nos dio su tiempo, sus palabras, milagros, su propio cuerpo y sangre, y por supuesto, su vida en la cruz.
Como sus discípulos, también nosotros debemos dar nuestra vida por los demás. Recuerda, “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Vivimos en una cultura que está obsesionada consigo misma. Constantemente se nos alienta a tomarnos fotos con nuestros teléfonos, se nos dice que compremos una gran variedad de productos para mantenernos jóvenes y hermosos, compartamos cada pensamiento y opinión privados con extraños por internet y que antepongamos nuestro amor propio antes de los demás. Todo esto bajo el inocente título de “autocuidado”.
¿Es acaso sorprendente de que en cuanto más nos enfocamos en nosotros mismos, más solos, ansiosos y deprimidos nos volvemos? La cultura es algo extraordinaria, pero parte de ella puede muy rápidamente deformarse y filtrarse en nosotros. Puede que no vayamos buscándola, pero está a todo nuestro alrededor. Las últimas palabras de moda y los fragmentos de sonido de entrevistas, los comerciales y los programas, la música y las redes sociales nos afectan en algún nivel, incluso si apenas nos encontramos con ellos. Luego están los apóstoles de una cultura pervertida. Personas en nuestras vidas que compran las mentiras y el egoísmo y viven sus vidas de acuerdo con ellos. Se obsesionan consigo mismos y quieren que nosotros también nos obsesionemos con ellos. Predican un evangelio de egoísmo y egocentrismo.
No tiene nada de malo cuidarnos y querer ser felices en nuestra vida. Necesitamos comer y dormir, ir al médico cuando estamos enfermos, ganar dinero para mantener a nuestras familias, incluso ir de vacaciones de vez en cuando. Todo esto lo hacemos al servicio de los demás porque nos mantiene sanos y capaces de vivir nuestras vocaciones y pasar tiempo con amigos y familiares. Pero estamos perdidos cuando nuestro deseo de comer o la pereza, la obsesión por la salud y vivir para siempre, o la codicia por el dinero, el poder y la influencia se convierten en nuestras metas y fines en sí mismos. El egocentrismo y egoísmo están en todas partes en la cultura actual y debemos mantenernos en alerta contra las influencias que nos dicen que nos amemos a nosotros mismos por encima de todo.
¡Somos la sal de la tierra, la luz del mundo! Estamos destinados a dar sabor a este mundo con fe e iluminarlo con amor. Pero no podemos hacer eso si caemos en la trampa del egocentrismo y el egoísmo. La sal y la luz no sirven para nada si no están al servicio de los demás. Jesús sabe que para que vivamos a la altura de nuestro potencial real, debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz todos los días y seguirlo (Lucas 9:23).
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El Padre Carlos Ravert es párroco de la Iglesia San Ambrosio en Filadelfia.
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