El Padre Carlos Ravert

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Esta es la primera de una serie de columnas del El Padre Carlos Ravert. Esta serie especial se centra en eventos y personalidades de la historia de la Iglesia Católica, así como de la historia estadounidense y mundial para profundizar nuestra comprensión de los eventos pasados y ver la luz de Cristo.

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Pax et Bonum+ Paz y Todo lo Bueno

Baltimore fue la primera diócesis establecida en los recién formados Estados Unidos de América. Me gustaría comenzar nuestro breve examen de la historia examinando momentos cruciales en la historia católica estadounidense, los sínodos y concilios de Baltimore.

En 1791 se celebró el primer sínodo de Baltimore. Este incluyó al obispo John Carroll y veintidós sacerdotes. A lo largo de los años, se celebrarían muchos más sínodos y consejos en Baltimore para ayudar a pastorear a los católicos de la recién formada república a enraizarse en la práctica de su fe.

Dado que Baltimore fue la única diócesis estadounidense (al menos por un tiempo) sus decisiones y prácticas fueron establecidas para todo el país. Cada uno de los sínodos y consejos trabajó en los desafíos únicos de la vida de la Iglesia católica estadounidense, con especial atención al ministerio de los sacerdotes, los apostolados para negros e indígenas, y el establecimiento de las normas y leyes particulares que rigen la Iglesia estadounidense. Durante muchos años, se sintió la importancia de estas reuniones eclesiásticas. Más de una década después, se establecerían otras diócesis, incluyendo nuestra diócesis de Filadelfia en 1808.

Muchos de los resultados de esas reuniones no solo influyen la Iglesia estadounidense de hoy, sino que hablan del Espíritu Santo, siempre presente en la Iglesia. Nuestro Señor Jesús prometió a los Apóstoles que enviaría al Abogado, que les enseñaría todas las cosas y les recordaría todo lo que ya Jesús les había enseñado.

La lección central que nos recuerda el Espíritu Santo es el mandamiento mayor de Nuestro Señor Jesús: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Cualesquiera que fueran los temas políticos, sociales o canónicos en el centro durante las sesiones en Baltimore en esos primeros días, la verdad detrás de todos fue destacar el amor de Dios. El Espíritu Santo guio al obispo Carroll y a esos primeros padres de Baltimore a construir los cimientos de un reino duradero de amor divino en el país.

Como personas que vivimos en este gran país y como católicos que hemos heredado la historia de los sínodos y concilios de Baltimore, tenemos la singular responsabilidad y privilegio de permanecer unidos en libertad y amor fraternal mientras nos mantenemos leales y obedientes a nuestro Divino Rey.

«Amaos unos a otros como yo os he amado» no significa solo amar a aquellos se parecen a nosotros, o están de acuerdo con nosotros, o vienen de nuestro mismo barrio. «Amaos unos a otros, como yo os he amado» significa cuidar y elevar a todas las personas mientras el Espíritu Santo nos guía día a día, año a año, siglo a siglo.

El obispo Carroll junto a los sínodos y consejos de Baltimore fueron guiados por un amor a Dios y su pueblo que arraigó firmemente el reino de amor de Dios en el nuevo mundo. Aunque ellos eran personas imperfectas, así como nosotros somo personas imperfectas, el Espíritu del Dios Perfecto nos guía en el amor siempre.

Entonces, sin importar los problemas que enfrentemos en el presente, ni importar las preocupaciones que parezcan estar en el centro ahora mismo, recordemos siempre que todo lo que hacemos debe estar motivado por el amor.

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El Padre Carlos Ravert es párroco de la Iglesia San Ambrosio en Filadelfia.