Muchos de los desafíos involucrados con la inmigración han estado al frente de la conciencia local y nacional en los últimos días. Con tristeza, he sido testigo de una amplia variedad de reacciones a este tema marcado por una ansiedad intensificada, miedo, ira y polarización.
Como católicos, discernimos asuntos de inmigración guiados por corazones en oración de una manera que busca justicia, caridad y dignidad para todos los seres humanos mientras adoptamos una responsabilidad compartida de garantizar la seguridad de nuestras comunidades y nuestro país.
El llamado de Cristo para dar la bienvenida al extranjero y su mandamiento diciendo: «Todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí» (Mt. 25:40) están en el corazón de nuestro llamado a ver el rostro de Jesús en todos aquellos que conocemos y ser un instrumento de su amor compasivo. Este precepto fundamental que nos obliga a amar es especialmente importante cuando nos encontramos con aquellos en los márgenes de la sociedad, incluidos los migrantes y los refugiados
La región de Filadelfia tiene una larga historia de dar la bienvenida a personas de otras tierras que huyen de la opresión y buscan mejores oportunidades para ellos y sus familias. Nuestra área es hogar de muchos inmigrantes; algunos son recién llegados, otros han vivido y trabajado aquí durante años, todos ellos son nuestros hermanos y hermanas. Fueron creados a imagen y semejanza de Dios; merecen dignidad, respeto, compasión y justicia.
Al mismo tiempo, reconocemos la necesidad de las autoridades civiles de promulgar medidas que proporcionen el bien común. Esas medidas incluyen políticas de inmigración que salvaguarden la vida, la libertad y la propiedad de todos los que llaman hogar a los Estados Unidos de América, tanto los nacidos naturales como los que trabajan para obtener la ciudadanía.
Se necesitan reformas de la política de inmigración serias y cuidadosamente pensadas que combinarán dignidad, misericordia y justicia. Espero que tales reformas eviten la separación de familias y los abusos cometidos por los traficantes, proporcionen un proceso más a tiempo y costeable para lograr la ciudadanía y permita a las fuerzas del orden disuadir a quienes podrían causar daños a nuestra sociedad, de ingresar al país.
Alcanzar ese punto requerirá sabiduría, valor y un espíritu pacífico de parte de nuestros funcionarios electos y de cada uno de nosotros. Nos dirigimos a nuestro amoroso Padre en oración.
Dios Todopoderoso,
buscamos comprender mejor los problemas y preocupaciones que enfrenta nuestra sociedad, y cómo el Evangelio nos llama a responder como ciudadanos fieles.
Pedimos ojos libres de ceguera para que podamos vernos y escucharnos con dignidad, como hermanos y hermanas iguales.
Pedimos mentes y corazones que disciernan cuidadosamente las acciones de los líderes cívicos. Que escuchen tu Palabra y vivan tu amoroso ejemplo.
Pedimos valor para expresar el apoyo a las políticas que nos acercan a tu reino.
Escucha nuestras súplicas por sabiduría y paz en toda nuestra tierra, ahora y siempre.
Concede todo esto en el nombre de tu Hijo, Jesucristo, y a través del poder del Espíritu Santo.
Amén.
Reverendísimo Nelson J. Pérez, D.D.
Arzobispo de Filadelfia
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