FEB. 12 – Mis hermanos y hermanas en Cristo,
Yo les hablo a ustedes hoy como su Arzobispo y su pastor. Mi preocupación es por todos ustedes que pertenecen a Cristo y su Iglesia. Yo les hablo a ustedes los miembros activos del rebaño de Cristo y también a ustedes, los que por un motivo u otro, se encuentran distanciados de la Iglesia.
La publicación del Informe del Gran Jurado de Filadelfia este jueves pasado trae gran tristeza y angustia a cada católico, a cada persona. Otra vez el asunto del abuso sexual de menores surge, así como el papel de la Iglesia y sus líderes al abordar este abuso. Como católicos nosotros estamos heridos y confundidos, y quizás hasta completamente airados y sintiéndonos engañados. Somos muy conscientes de las palabras de san Pablo, que si una parte del cuerpo de Cristo sufre, todas las partes sufren con él (1 Corintio 12:26). ¡Todos nosotros estamos afligidos en este momento!
Los que más sufren son las víctimas del abuso sexual. En ellos, vemos a Jesús sufriendo en medio de nosotros. Así como María, Modelo de la Iglesia, abrazó a su Hijo crucificado, así nosotros, como la Iglesia, abrazamos a todas las víctimas con nuestro amor, compasión y preocupación. Les pido que me acompañen en oración todos los días por las víctimas del abuso sexual, invocando la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia. Oremos para que tengan una verdadera esperanza en Cristo y realmente sepan que no están solos. Nos unimos a ellos y sus familias.
Muchos de ustedes sufren en solidaridad con los sacerdotes que les sirven con tanta fidelidad. Ellos mismos están sufriendo. Es profundamente doloroso que las opciones pecaminosas de algunos de nuestros sacerdotes hayan causado un gran daño en la Iglesia. Lo que debemos recordar es que Cristo es el verdadero sacerdote y en él el sacerdocio no pierde su integridad. El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús. Apoyemos a nuestros sacerdotes con nuestras constantes oraciones.
Muchos de ustedes se preguntan cómo reaccionar ante el reciente informe del Gran Jurado. éste es un momento de fe renovada. Creemos en el amor que nunca falla que Dios tiene por nosotros, y en su compasiva misericordia. Jesús es la presencia del amor y misericordia de Dios en este mismo momento, para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia. En la Cruz, Jesús continúa revelando este amor y misericordia, un mensaje proclamado en el Evangelio y celebrado plenamente en la Sagrada Eucaristía. Los animo a que me acompañen a dirigirnos juntos a Jesús. él nos sostiene. él sostiene a toda la Iglesia. Su cruz y resurrección vencen todo pecado y nos da la fe y la esperanza, que deben seguir siendo fuertes en nuestros corazones al nosotros enérgicamente reafirmar nuestro compromiso de hacer todo lo posible para la protección de todos los niños y para la prevención de cualquier abuso en el futuro. ¡Vamos a poner con confianza nuestra fe y esperanza de nuevo y siempre en Jesucristo!
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