(Tercero de una serie.)
Con un sínodo mundial de obispos para este otoño, centrándose en la gente joven, es importante escuchar a los jóvenes y a los que participan en su orientación. Así que esta semana, al igual que en las últimas semanas, voy a ceder mi columna a alguien que puede hablar directamente de la experiencia de un adulto joven.
Daniel Lindstrom, de 21 años de edad, está entrando en su último año en la Universidad de Notre Dame. Es un feligrés en la iglesia San Patricio en Malvern, y es también un graduado de Bishop Shanahan High School. Me complace ofrecer sus reflexiones aquí:
Siempre ha habido fricción entre cielo y tierra, y a lo largo de la historia, el calor se ha sentido más en la
institución que habita en ambos. El sínodo de octubre en Roma buscará ver exactamente de qué
depende en el mundo moderno la fe de los jóvenes mientras los obispos que asisten exploran el tema
«Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». El discernimiento ocurre como resultado de la
propia posesión de la fe, y creo que la posesión proviene de un encuentro personal con Dios en la
Iglesia. Espero explicar aquí por qué el Sínodo debería considerar buscar formas más concretas de
aumentar la responsabilidad personal de los jóvenes de la Iglesia en sus jornadas individuales de fe.
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En un domingo por la noche de este pasado año académico, mis amigos y yo entramos en la capilla de
un dormitorio para una misa a las 10:00p.m. en la cual otro amigo, recientemente graduado, tocaba la
guitarra. Había un aire de luto en el campus ya que uno de los directores de residencia de Notre Dame,
una hermana religiosa del Verbo Encarnado, había fallecido inesperadamente. El sacerdote celebrando
la misa era un señor mayor llamado padre Greg, y poco después de haber comenzado la misa él caminó
hacia el frente del altar y se dirigió a la capilla con una voz suave y quebrada.
Él dijo con ojos llenos de lágrimas, «Esta última semana ha sido… muy difícil. Por supuesto, todos
ustedes saben acerca de la hermana Mary, pero un amigo muy querido de mi pueblo murió también,
junto con uno de los miembros de mi orden; y tan sólo pido que los recuerden en sus oraciones. Estos
son los tiempos en los que tenemos que recordar lo bueno que Dios es, cuan inmenso es su amor para
nosotros y así confiar a su misericordia aquellos que nos han precedido».
Las palabras del sacerdote y la gracia de Dios me hicieron cambiar de perspectiva por un momento, e
imaginar cómo yo podría confiar en el abrazo de Dios al final de mi vida muy diferentemente de la
manera en que lo hago ahora, rodeado de hermandad en el Santo Sacrificio.
Es un muy emocionante en estos tiempos ser un joven católico estadounidense; con tantos problemas
con que la Iglesia se enfrenta hoy en día, está floreciendo mucha más esperanza (Rom 5:20). Las
organizaciones como FOCUS, el Culture Project, Lighthouse Catholic Media, y tantas otras obras de
discipulado han ayudado a establecer y fortalecer grupos aislados de fieles creyentes católicos. Sin
embargo, el padre Greg me enseño que después de toda de la vitalidad de estos años jóvenes, cuando
nos acercamos al final de nuestra jornada, nuestro discipulado dependerá de nuestra propia vida
interior. Allí, somos vulnerables y expuestos; allí, nos encontramos en soledad, solos con Jesús.
La comunidad es esencial para el crecimiento y la creación de una vida centrada en Cristo, pero a
menudo pasamos por alto la conexión fundamental entre soledad y comunidad. El teólogo Hans Urs
Von Balthasar escribe en su libro The Three Fold Garland (El Rosario: La salvación del mundo en la
oración de María), «al dar su consentimiento María estaba sola, ya que al recibir la misión decisiva
para la vida, todo el mundo debe estar solo ante Dios y decir sí; sólo después de esto, uno se inserta de
nuevo en comunidad en una forma nueva».
Es en la escucha de Dios con los oídos de nuestros corazones que estamos dando la oportunidad de
decir sí al llamado de Dios. Es por nuestro sí personal que nos embarcamos en nuestras propias
«misiones decisivas» –nuestras vocaciones— y es nuestra misión la que hace de la vida con Cristo una
búsqueda tan maravillosa para ser compartida con los demás. Es así como se construye una comunidad
católica de apoyo, y es así cómo, con un enfoque renovado y celo por parte de la Iglesia, que los jóvenes
pueden afirmar su fe y emprender la gran aventura de la fe.
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