Archbishop Charles Chaput, O.F.M. Cap.

En septiembre se regresa a la escuela, al trabajo, es el mes en que las vacaciones terminan y la vida vuelve a la normalidad. Pero este mes de septiembre no es normal para 40 personas cuyo compromiso con la misión de la Iglesia yo admiro profundamente. La razón es simple: cada uno de ellos será honrado de una manera única y hermosa por el papa Francisco.

Los honores papales rara vez se dan, y cuando se dan, son una fuente de alegría y orgullo para toda la Arquidiócesis. Cuando el Santo Padre otorga un premio pontificio, reconoce la generosidad y la dedicación excepcional de un individuo en particular. Cada persona merece nuestra gratitud y alabanza; pero al conceder estos premios, el papa Francisco también busca destacar para la comunidad creyente en general la importancia de las muchas formas diferentes en que el cristiano puede servir. Todos estamos llamados a la vida del discipulado, y muchas miles de personas en nuestra Iglesia local viven su fe con una fidelidad igual y ejemplar; ellas también comparten estos honores.

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El jueves 5 de septiembre, en nombre del papa Francisco, concederé a los beneficiarios la Medalla Benemerenti, la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, y la pertenencia a las actas caballerosas pontificias de San Silvestre y San Gregorio Magno en un servicio de Vísperas a las 5 p.m. en la Catedral Basílica de San Pedro y Pablo en el centro de la ciudad. Éste es un gran momento para nuestra Iglesia local, e invito al público a compartir.

Por coincidencia, otro evento distinguido ocurrirá el mismo día. A principios de este año, Yale University Press publicó un nuevo y magnífico libro del historiador Robert Louis Wilken, Liberty in the Things of God: The Christian Origin of Religious Freedom. Profesor emérito de la Universidad de Virginia y presidente del Instituto de Religión y Vida Pública, que publica la revista First Things, Wilken tiene un largo historial de impresionantes créditos de publicación y oratoria. Es uno de los mejores estudiosos de nuestra nación sobre el crecimiento del cristianismo desde el primer siglo en adelante.

Wilken hablará sobre las raíces cristianas de la libertad religiosa a las 4 p.m. del jueves 5 de septiembre en el McCullen Center for Law, Religion and Public Policy de Villanova University. Difícilmente se puede imaginar un tema más oportuno. Para aquellos que no asistan a los premios pontificios del día en el centro de la ciudad, este es un evento importante con un erudito talentoso, y lo recomiendo encarecidamente.

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Por último, me gustaría señalar brevemente dos libros que merecen una atención pública mucho más amplia.

El primero de ellos es American Priest (Image) del padre Wilson Miscamble de la Congregación de la Santa Cruz. Ésta es una excelente y cautivadora biografía del difunto padre Theodore Hesburgh, ex presidente de la Universidad de Notre Dame y una de las personalidades religiosas estadounidenses más influyentes del siglo pasado. Intelectualmente dotado, amigo de presidentes y papas, ferozmente comprometido con la excelencia académica, e igualmente ambicioso, Hesburgh jugó un papel clave en convertir a Notre Dame en la institución académica católica de prestigio nacional que es ahora. Pero también era un hombre con defectos, y dándole crédito a Miscamble, él captura hábilmente a Hesburgh en su totalidad en un retrato justo y minucioso. Como señala el padre Miscamble:

«Guiado por su conciencia, el padre Hesburgh trató de servir a su Iglesia, a su nación y a su universidad de acuerdo con sus propias criterios. Contribuyó mucho en ese esfuerzo, pero hay limitaciones considerables en su historial. Comprender todos los detalles de su vida y trabajo puede proporcionar valiosas lecciones para el presente y el futuro en cuanto a qué hacer y, lo que es aún más importante, qué no hacer. Tal vez una nueva generación de valientes educadores en la fe podría extraer de la historia de Theodore Martin Hesburgh una manera aún mejor de servir a Dios, al País y a Notre Dame.»

El segundo libro es una lectura más exigente. Pero El ídolo de nuestra era (Encounter Books), del erudito de Assumption College, Daniel J. Mahoney, es sin embargo un texto importante y esclarecedor.

Mahoney se centra en la «tentación humanitaria» que enfrentan los cristianos modernos, es decir, la tentación de drenar el cristianismo de su contenido sobrenatural, reducirlo a un sistema positivo de ética y, con el tiempo, borrar a Dios por completo de los asuntos humanos. En el proceso, escribe Mahoney, «el cristianismo es despojado de cualquier dimensión trascendental y se convierte en un instrumento de promoción de la justicia social igualitaria, generalmente en nombre de una concepción ideológica de los pobres…».” Lo que queda es «la religión secular de nuestra época», una forma de idolatría en nombre del Hombre que inevitablemente aplasta la dignidad de los hombres y mujeres reales.

Los tratamientos de Mahoney de Orestes Brownson, Vladimir Soloviev, Alexander Solzhenitsyn y Jorgen Habermas son excelentes; así es el prólogo del libro del gran filósofo político católico francés Pierre Manent; también lo es la inclusión de un ensayo de 1944 de Aurel Kolnai, La actitud humanitaria versus religiosa. El único defecto grave en el libro es la crítica innecesaria del autor de la enseñanza social del actual pontificado. Debilita un trabajo por lo demás vigoroso; pero aunque daña el argumento del autor, el mensaje esencial de Mahoney –que el pensamiento católico reciente ha sido socavado por un impulso humanitario que olvida que todos los hombres y mujeres están heridos y divididos por el pecado– sigue siendo cierto.

Lo que hace que el testimonio de hombres y mujeres de carácter, como los que el Santo Padre honra el 5 de septiembre, sea aún más vital.